Comentario
Capítulo XL
Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia mandó reformar la ciudad de Santiago y se dieron a criar y sembrar
Quemada la ciudad, dio el general orden en cómo tornaron a reedificarla, y con un principal y sus indios hicieron la iglesia, trabajando cristianos e indios, así en hacer adobes como en asentarlos y traer la madera y paja de los campos. Todo el verano que fue aquel año largo, se ocuparon en reformar la ciudad.
Y además de estas obras tan convinientes tenían otras, que sin ellas no podían pasar ni aun vivir, que era hacer sementeras de maíz, las cuales se hacían y hacen a la entrada del verano, porque así se usa, y sustentarla con riego por acequias. Y el maíz que se sembró se buscó y sacó con gran trabajo de donde los indios enterrado lo tenían, porque todo el maíz y gallinas y puercos que tenían, con la mísera ropa se quemó cuando la ciudad, que no se salvó sino lo que traían vestido y armado y un poco de trigo que había hasta la cuarta parte de un celemín. Y escaparon dos cochinas y un cochino y un pollo y una polla y una gallina, que fue la multiplicadora y sacadora de todos los pollos, de suerte que le llamaron madre Eva.
Demás de estos excesivos trabajos tenían otros muy graves que era no dormir, guardando las sementeras de los indios que no las viniesen arrancar, y guardar los yanaconas no nos los matasen, y guardar la ciudad que no la quemasen.
En este continuo trabajo estuvieron hasta el invierno y entrado el otoño, que es por el mes de abril, mandó el general que sembrasen aquel poco de trigo. Y para sembrarlo convino que el general habló a todos los españoles, porque a los conquistadores se les hace grave el sembrar y cultivar la tierra, prencipalmente aquellos que lo dejaron en Castilla. La plática fue ésta:
"Amigos y compañeros míos, habéis de saber que el maíz en esta tierra no bastará a sustentarnos, y es cosa muy necesaria y nos conviene sembrar este trigo, aunque poco, porque será Dios nuestro Señor servido multiplicarlo, y en dos veces que se siembre, guardándolo tendremos a la tercera mucho que podemos comer y hacer grandes sementeras, y será más parte para podernos sustentar que con el maíz".
Sembrado este trigo se dieron doce fanegas de trigo aquel año, y el segundo hubo mucho. Multiplicaron las cochinas y cochinos en este tiempo, tantos que no había falta. En el tiempo que esto se multiplicaba lo reservábamos con caza, que había mucha. Y ansí se multiplicaba y tenían grande aparejo por ser la tierra cálida, y con caza de perdices, que hay muchas, y con carneros salvajes, que llaman guanacos, que tiene uno tanta carne como una ternera.
Aunque los naturales no nos daban lugar todas veces a cazar, comíamos chicharras, que son unas que cantan en el estío en Castilla encima de los almendros, que hay harta cantidad en esta tierra en algunas partes. Y para cazar estas chicharras tomábamos unas talegas, en callentando el sol vuelan, y ya que se pone el sol, pósanse en unos arbolicos pequeños que hay cabe las acequias. Y cuando queríamos ir a caza madrugábamos. Muy de mañana íbamos aquella parte que más de éstas había, y como era de mañana, tomábamoslas sin que se meneasen y echábamoslas en las talegas que llevábamos. Ya traíamos qué comer. Era caza cierta mientras el verano nos duraba. Es buen mantenimiento para los naturales.
Como los naturales vieron reedificada la ciudad y nos dábamos a hacer sementeras, entendieron que no teníamos voluntad de nos volver, ni dejarles la tierra, porque ellos creído tenían muy de veras que habíamos de hacer la vuelta, como la hizo el adelantado don Diego de Almagro, y con esto pusieron tanta diligencia y tanta solicitud en hacernos la guerra, [que] convino al general hacer dos partes de la gente que velaban y guardaban las sementeras hasta cogerlas después. Al sembrar iban todos juntos.
Y viendo los naturales el recaudo que en esto ponían los cristianos, acordaron hacernos otra nueva guerra en no sembrar ellos y mantenerse de cebolletas que la tierra produce, y de ello perecían. Y tenían por más seguro partido perder las vidas que servir a los cristianos. Esto procede de gente silvestre, faltos de amor y caridad, y por ser tan avasallados del demonio, que los atrae a la muerte antes que vengan al conocimiento de la verdad por la amonestación de los cristianos. Y de engañados del demonio, permiten antes morir como ciegos que vivir con vista ganada por nuestra conversación y amonestación.